Antes de llegar yo al mundo todo era más sencillo: siempre en cristiano y
adaptándolo al género correspondiente, se escogía para el bebé el nombre del
padre, madre, abuelo o, como mucho, el del santo/a coincidente con el del día
del alumbramiento.Y uno se llamaba Eustaquio, Jacinta o Eusebio y su prole
Eustaquia, Jacinto y Eusebia, sin más complicaciones.
Las cosas comenzaron a enredarse en cuanto nací: los progenitores empezaron
a pensar que los nombres de sus vástagos debían servir para algo más que para
llamarles la atención cuando dejaban las cosas tiradas por el suelo e intentaron
que sonaran bien. Y, confundiendo lo bello con lo extenso, comenzó la pléyade de
nombres compuestos, en plan sencillo, eso sí (José loquefuera, María de
loquefuera, Francisco loquefuera) para no confundirlos con los que la realeza ya
venía aplicando desde hacía años (Victoria Eugenia, Froilán de Todos los Santos,
Federica Juliana). Aunque muy estética, la tendencia fue bastante vana por poco
práctica ya que a los pocos años nuestros rimbombantes nombres quedaban
definitivamente reducidos a una mínima expresión (Pepe, Mari, Paco) que poco o
nada tenía que ver con la intención primera.
Para evitar que el nombre inicialmente elegido fuera mutilado por el uso se
volvió a lo simple, pero ahora, además de corto, debía ser original. Pero en el
ámbito nacional, aunque enriquecido con las contribuciones autonómicas, había
pocas variaciones y, al poco, Iker, Sandra, Alejandro, sonaron demasiado
frecuentes.
Gracias a la inmigración y a sus aportaciones lingüisticas, el acervo
patronímico se enriqueció hasta el punto de ofrecernos posibilidades
multiétnicas (Kevin, Liubka, Liliana, Mohamed) y originales, pero solo durante
un tiempo pues las modas, volubles como quienes las crean, nunca se alargan
demasiado. Y volvimos al recurso fácil, al nombre compuesto.
Y volvimos al recurso fácil, al nombre compuesto. Cómo, además, el
repertorio de nombres simples que había a nuestra disposición se había
multiplicado por cien, las posibilidades parecían inagotables. Surgieron los
Kevin de Jesús, Liliana Manuela, Jose Mohamed, y otras tropecientas mil
combinaciones de elementos tomados de dos en dos, hasta formar una serie
larguísima con la que se podrían nombrar a los personajes de infinitas
telenovelas.
Las tendencias actuales mezclan el nombre largo con el corto, elegido
siempre éste último con sumo cuidado, previa consulta de fuentes históricas,
lingüisticas, mitológicas o enciclopédicas, para garantizar la singularidad de
lo elegido (Telémaco, Circe, Lálage, Jonathan) en sacrificio de su
impronunciabilidad. Eso sí, con esto los padres se garantizan que nadie los
acabe abreviando con el tiempo. A ver quien tiene narices.
Lo último de lo último que ha llegado a mis oidos es, debido a la
influencia cada vez más impactante de este medio audiovisual, la tendencia
paterna a los nombres televisivos (Antonia Tres, Terecinco, la Sixta, Neus)y, en
reacción opuesta, otro sector de padres que apuesta por la educación desde el
principio (María Elfavor, Mercedes Lapalabra, Tomás Asiento).
Y para finalizar recordaros que, si bien no podemos ayudaros en la elección
del nombre de vuestros hijos, si podemos realzarlo y convertirlo en un grato
recuerdo con un mensaje personalizado, como el que os regalamos a continuación.
Espero que os guste:
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